Ignacio Illarregui
Escrita por Rodolfo Martínez en uno de sus años «fecundos», Territorio de pesadumbre es un claro fruto de estos tiempos en los que todo está inventado. Estamos ante una narración trillada, surgida de un cúmulo de ideas e influencias muy diversas, puestas todas al servicio de una historia que, si se lee con mente abierta, llega a funcionar.
Se inicia como un pastiche a mitad de camino de Dune, las historias apocalípticas más clásicas, «El último castillo» de JackVance o la recreación de Krypton realizada por John Byrne en sus tebeos de Superman de mediados de los 80. Así seguimos el aprendizaje de un joven heredero de la mano de su padre y un duro instructor; se nos describe un entorno pseudomedieval enclavado en un mundo agonizante después de una violenta catástrofe ecológica; tenemos una sociedad estratificada donde no seguir las normas implica la muerte; existe una extraña amenaza externa que puede arrasar con todo; hay un nido de víboras deseando aprovechar cualquier tropiezo del protagonista para sacarle del cuadro; se hace un curioso y razonable uso de los clones;… Todo tópico pero bien cocinado, lo suficiente como para que el cliché resulte soportable.
Y de pronto pega un requiebro brutal, de esos que te rompe el manillar, la horquilla y el cuadro entero, para dejarte estupefacto, apuntando en una dirección de la que no se puede hablar mucho para no destrozar su impacto, pero que si se afronta con un mínimo de complicidad y aceptando el envite, siguiendo el camino que el autor recorre, funciona. Fundamentalmente porque aporta al cliché del que hablaba un ingrediente inesperado y, por qué no reconocerlo, valiente. Rodolfo Martínez demuestra que las convenciones de los géneros son sólo eso, convenciones, que están muy bien para saber qué vamos a leer, pero que se pueden (y se deben) forzar; siempre que el autor sea lo suficientemente hábil como para jugar con ellas, como es el caso. Ojo, durante el recorrido se produce algún chirrido y no todos los cabos están convenientemente atados. Pero la textura es luminosa y consistente.
Reproducido con permiso del autor
© 2004, Ignacio Illarregui