por Juanma Santiago
Cuando alguien me pregunta qué me parece y de qué va El adepto de la reina, de Rodolfo Martínez, lanzo una boutade que cada vez me lo parece menos: es una novela de James Bond ambientada en el universo de las Crónicas de Ámbar. Y, bueno, es cierto que se trata de una boutade y que la cosa no es exactamente así, pero mis interlocutores se hacen una idea, que no es poco.
Debo esta reseña desde hace casi un año, y los azares del destino quieren que la publique justo la semana antes de que finalice el plazo de votación de los premios Ignotus 2010. Cierto es que, a priori, parece que los favoritos para llevarse el monolito son La última noche de Hipatia, de Eduardo Vaquerizo (Alamut), y La red de Indra, de Juan Miguel Aguilera (también en Alamut), con el detalle mainstream de haber incluido Fin, de David Monteagudo (Acantilado), y un candidato más que potencial a protagonizar el relevo generacional en esta misma edición de los premios: Alarido de Dios, de José Miguel Vilar-Bou (Sirius). Frente a este cuarteto, El adepto de la reina, de Rodolfo Martínez (Sportula), ocupa un lugar entre ambivalente e inclasificable.
Por un lado, al tratarse de uno de nuestros autores más prolíficos y habituales en el palmarés del premio, parece una apuesta casi segura, un fijo en las quinielas.
Por otro lado, El adepto de la reina es el título inaugural de algo que el propio autor define como un experimento: Sportula, una editorial creada por Rodolfo Martínez con la intención de editar su propia obra, que a estas alturas es demasiado extensa y dispersa y, ay, descatalogada en la mayoría de los casos. Sportula es lo que en los años dorados del fándom habríamos llamado una fanedición, pero en estos tiempos 2.0 no sólo no lo es sino que tiene una filosofía radicalmente diferente. Por un lado, las tiradas son reducidas, sí, pero se apartan de la impresión sobre demanda o de la fanedición tradicionales para añadir un elemento nuevo: la distribución a través de Amazon.com. El tiempo dirá si la fórmula funciona y se puede trasplantar al ámbito de la antigua midlist, o bien si queda como una rara avis en estos tiempos inciertos y mutantes que vive el sector editorial. En todo caso, la calidad de la edición es más que digna, claramente superior a la de editoriales pequeñas e incluso medianas (está feo dar nombres, así que los omitiremos), y, pese a ciertos defectos que se han ido solventando en los títulos posteriores de Sportula (líneas viudas y huérfanas, repeticiones de algunas palabras al principio de cada línea, etc.), se puede decir que la calidad de la edición es, como mínimo, digna. Como experimento, está mejor que bien, y como libro, se defiende por sí solo.
Volviendo al párrafo inicial, y adentrándonos ya en el análisis de la novela propiamente dicha, es cierto que El adepto de la reina juega en todo momento a ser una mezcla inverosímil pero que funciona, un ejemplo más del mestizaje de este comienzo de siglo. En una entrevista realizada por Julián Díez para Literatura Prospectiva, Rodolfo Martínez reconoce sin empacho que la novela mezcla escenarios históricos de lo más variado y que, por añadidura, se le ocurrió mientras veía la serie 24 y leía una trilogía de fantasía épica. En otra entrevista, aparecida en Fantasymundo.com, Rudy cita una frase de William Gibson, según la cual la cultura del final del siglo XX (y, valdría decir, de principios del siglo XXI) es como un supermercado, en el que vas llevándote cosas de aquí y de allá. En efecto, El adepto de la reina se puede leer como una novela de espías de toda la vida, como un thriller político, como un homenaje más que evidente a James Bond, como un steampunk, como una alegoría de la guerra fría, como una fantasia épica y como una posible novela de ciencia ficción con nanotecnología y… ¿realidad virtual? En ese sentido, lanzaré otra boutade, a ver si alguien me la rebate: El adepto de la reina es a las novelas de James Bond escritas por Ian Fleming lo que las novelas sherlockianas de Rudy eran a las novelas sherlockianas de Arthur Conan Doyle; pero, claro está, con un escenario radicalmente diferente del de la guerra fría de nuestro mundo real.
Para empezar, el mundo no es tal como lo conocemos. ¿Estamos en otro mundo, en un mundo futuro o en una dimensión paralela? No lo sabemos, y seguramente no importe. En todo caso, existe un trasunto clarísimo del Reino Unido, Alboné, cuya capital, Lambodonas, es Londres, y está amenazada por una Bomba de Malas Noticias (bomba atómica) que los Pueblos del Pacto (el Pacto de Varsovia), rivales y archienemigos del Martillo de Dios (la OTAN) han dejado en algún lugar de la ciudad. Por otro lado, la Reina está a punto de renacer, en su décimo séptima reencarnación, pero el proceso es lento, porque el trasplante de un cuerpo a otro se realiza mediante una especie de fruta viviente y adaptable a los deseos de sus anfitriones inteligentes, los carneútiles, y, por otro lado, una de las maneras de dejar fuera de combate a un adepto (espía) del bando contrario es inutilizar los mensajeros que contiene su cuerpo (¿nanotecnología o alma?)… Bueno, el caso es que durante un par de líneas se ha visto claramente que la novela tiene paralelismos con la Europa de la posguerra y con una novela de James Bond, pero con demasiados elementos demasiado desconcertantes que la convierten en una obra de fantasía, o tal vez de ciencia ficción de futuro remoto, o uno no sabe muy bien. El caso es que funciona.
Frente a la amenaza que crea la Bomba de Malas Noticias, y la irrupción de un tercer contrincante que es un claro trasunto de Spectra, el Adepto Supremo, que a su vez es un claro trasunto del Orson Welles de El tercer hombre (y no es el único cameo, o efecto Connery –nunca mejor dicho, en esta novela– que aparece en la obra: también se ve a Ian Fleming y muuuuchos de los personajes de sus novelas) deja campar a sus anchas a su mejor adepto (espía), Yáxtor Brandan, la estrella absoluta de la función. El autor ha comentado que su idea original fue retratar a un malo, un villano absoluto, pero convertirlo en el protagonista de la novela. Y lo cierto es que lo consigue. Yáxtor Brandan (cuyas iniciales son casi «JB») es un ser inmoral e inescrupuloso, un asesino implacable a quien ni siquiera el abismo tiene los santos cojones de devolverle la mirada, una mezcla de James Bond con el protagonista de 24, Jack Bauer (vaya, otro cuyas iniciales son JB), e incluso con lo que debería haber sido Jason Bourne (huuum, demasiados JB) si Eric van Lustbader no hubiera echado a perder el legado de Robert Ludlum.
Pero, al igual que sucede con Jason Bourne, Yáxtor Brandan se va de las manos a sus superiores, y la lía parda. Quiere recordar detalles que antes no le importaban; qué ha sido de su pasado, por ejemplo. Y, de este modo, su historia se convierte en una triple aventura: por un lado, las tramas de espionaje encaminadas a neutralizar la amenaza de la Bomba de Malas Noticias; por otro lado, un viaje a lo largo y ancho del mundo que retrata Rodolfo Martínez (con el añadido de que hay puertas espaciotemporales, lo que amplía notablemente el ámbito geográfico donde transcurre la acción y lo convierte casi en un videojuego), y, en tercer lugar, un viaje iniciático para conocerse a sí mismo, saber de dónde sale, quién es, qué pasó con su padre, y, en resumen, reescribir la historia reciente de su mundo.
El adepto de la reina es una novela entretenida, aunque dista de ser redonda. La edición es digna, pero aún le falta para llegar a los estándares profesionales. Tiene algunos altibajos de ritmo. El retrato de personajes es irregular (Brandan tiene demasiado protagonismo, y algunos secundarios parecen bastante desaprovechados). Tal vez cueste un poco entrar en la trama, aclararse en el universo que nos plantea, como un toro que entra al trapo y tarda demasiado en serenarse. El final parece demasiado apresurado. Son objeciones que hacen que el resultado no sea perfecto, pero, en todo caso, no empañan el hecho de que se trata de una obra más que digna, un buen homenaje a las novelas de James Bond, un curiosísimo mejunje de fantasía épica, ciencia ficción, novela de espionajes y prácticamente cualquier cosa que se os ocurra, y, en resumen, uno de los trabajos más sorprendentes que nos ha dado su autor. Puede que no esté a la altura de La sonrisa del gato o «Un jinete solitario» (en la que Rudy hacía lo mismo que en esta obra, pero con John Le Carré) o las dos primeras novelas sherlockianas, pero lo más probable es que su autor no lo pretendiera. Y, precisamente, esa carencia de pretensiones enriquece el resulado final de El adepto de la reina: Rudy ha escrito lo que le ha dado la real gana, consciente de que Sportula no iba a tener la misma difusión que una editorial profesional establecida, y esa frescura repercute, para bien, en el resultado final.
© 2010, Juanma Santiago
Reproducido con permiso del autor