Rosa del segador, por Ian Whates

julio 2, 2017
 

¿Aún no habéis leído Torres de Babel, el primer libro en castellano del británico Ian Whates? ¿Y a qué estáis esperando? ¿Es que no os gustan las historias bien contadas en las que se busca la cotidianidad en lo más extraño o lo insólito en lo más cotidiano? ¿No os apetece leer un puñado de buenos relatos de ciencia ficción? ¿No os fiáis de un autor del que nada conocéis? Bueno, eso tiene fácil solución. A continuación presentamos «Rosa del segador», uno de los cuentos incluidos en Torres de Babel. Estamos seguros de que, tras terminarlo, como poco se habrá despertado vuestra curiosidad por leer más de este autor, no nos cabe la menor duda. Por cierto, ¿os hemos contado ya que Ian estará en el Festival Celsius de Avilés este mismo mes?

¿Desagradable? No, no diría eso. Más bien al contrario. ¿Nunca ha olido maría? Claro que sí, es policía… No, no, no quería implicar nada de… Solo que seguro que se la ha encontrado más de una vez a causa de su trabajo. Nada más. Lo que quería decir es que huele un poco como la maría pero sin ese espantoso dulzor; ya sabe, es una especie de aroma aceitoso, como de hierbas, menos ácido y más floral, más agradable que el de la maría. Sí, lo sé, lo siento, estoy describiéndolo fatal, pero no sé hacerlo mejor. La verdad es que no se parece a nada que haya olido antes.

Sí, más o menos toda mi vida. Al menos hasta donde recuerdo. La primera vez creí que me había cruzado con alguien que se había puesto un perfume caro, el perfume más increíble del mundo. Recuerdo que miré a todas partes, tratando de localizarla, de ver si estaba tras de mí o enfrente. Estaba decidido a no dejar que se fuera sin al menos ver quién era la portadora de un aroma tan apabullante. Tenía que ser hermosa. Solo una mujer hermosa puede llevar un perfume como ese. Pero el andén estaba lleno de gente, todos iban con prisa, y ni siquiera sabía en qué dirección mirar. Y luego pasó lo que pasó, ya sabe.

Ajá, Moorgate, Londres. Eran las ocho y treinta y ocho. Lo sé porque recuerdo haber mirado el reloj de la estación y haber pensado que el tren venía con tres minutos de retraso. Ya sabe, esas cosas curiosas que se le quedan a uno en la memoria, las nimiedades; supongo que así evitas pensar en lo importante.

Sí, claro, trece años, todos éramos de esa edad. Íbamos juntos a la escuela todos los días los cinco, siempre en el mismo tren. Tim y yo éramos los primeros en subir, Mick se nos unía dos paradas después y luego Alan y John en la siguiente.

¿Sabe lo peor, lo que siempre me ha hecho sentir fatal? Justo después de que pasase no podía pensar más que en la mujer del perfume, en si habría sobrevivido. No en mis amigos. No en la gente que veía todos pasar los días de un lado a otro, solo en aquella mujer a la que nunca había visto, solo olido, alguien que a lo mejor ni existía. Me acuerdo de ello a menudo, de lo capullo e insensible que era de niño.

No, claro que no hubo nada que nos avisase. Aparte del olor, evidentemente, pero entonces no sabía lo que era. Todo pasó muy rápido. No se crea una palabra de toda esa cháchara de que el tiempo se estira y las cosas pasan a cámara lenta, de que la gente ve su vida pasar delante de los ojos. Nada de eso, por lo menos conmigo. Solo una explosión brutal, asombrosamente alta, y luego un chirrido que me hizo rechinar los dientes, como uñas sobre una pizarra o mil gatos aullando dentro de una lata de metal. Nadie se dio cuenta al principio de lo que pasaba, no sabíamos nada del descarrilamiento, solo que algo malo había pasado. Lo primero en lo que pensé fue en una bomba; no de ISIS o Al-Qaeda, entonces aquello ni existía, lo que nos preocupaba a todos era el IRA. Todo el mundo se paralizó por un segundo y luego pasaron en menos de un parpadeo de la inmovilidad y el shock a un estado pánico salvaje. La gente empezó a correr y dar empujones. Perdí de vista a los demás, salvo a John. Recuerdo haberlo visto justo antes de que el vagón junto a nosotros saltara por los aires, primero la parte de atrás, y cayera donde estábamos.

No podía moverme, no podía escapar. Tenía gente encima, montones de gente, y no se movían. Era totalmente claustrofóbico y los oídos me pitaban. Oí gritos y llantos, pero parecían muy lejanos, sonaban apagados, como la televisión en la habitación de al lado con la puerta cerrada. Empujé, pataleé y grité, intentando abrirme camino, y por fin lo conseguí por en medio de los cuerpos, los restos del vagón y los trozos de cristal. Alguien me ayudó a ponerme en pie, una mujer con una chaqueta crema; la sangre le arroyaba por el brazo izquierdo. Nunca he sabido su nombre.

Un campo de batalla, es lo único que se me ocurre para describirlo, como una imagen del bombardeo de Londres en una peli antigua de la II Guerra Mundial, ya sabe, justo después de los ataques aéreos. Cuerpos, montones de cuerpos y gente de pie, inmóviles, totalmente desconcertados. Restos de los dos trenes, una pared que se había venido abajo y humo y polvo por todas partes… No vi fuego, aunque luego leí que había habido algunos incendios…

No, para nada. Qué va. El olor se había ido. Solo lo huelo justo antes de las muertes, nunca después.

Tuve mucha suerte, es verdad, ni un arañazo. Tres de mis mejores amigos muertos y Tim hospitalizado durante un mes y allí estaba yo con la camisa sucia y un pitido en los oídos.

Puede ser. Siempre he pensado que Moorgate fue la primera vez porque es la primera de la que estoy completamente seguro, pero recuerdo que en ese momento me pareció familiar, como si lo hubiera olido antes en otra parte… No sabía cómo llamarlo, ni lo supe hasta la siguiente ocasión, en Duxford. Creo que Rosa del Segador le va bien, ¿no le parece? Quién nos iba a decir que la muerte tendría un olor tan agradable.

Sí, sí, Duxford, el espectáculo aéreo. Me llevó la tía Anne y fuimos con mi primo Robert. La tía preparó bollos rellenos de salchichas y huevos cocidos. En toda mi vida he comido tantos huevos. Hacía un día estupendo, cálido, soleado, sin una nube. Nos quedamos mirando cómo los viejos cazas de la II Guerra Mundial simulaban un ataque, los motores gruñendo en lo alto… y de pronto sentí de nuevo aquel olor rico, denso, evocador.

Aquella vez fue distinto de Moorgate porque podía ver todo lo que ocurría mientras estaba pasando, no trozos sueltos que luego tuve que ensamblar mentalmente. Uno de los aviones sonó como si tuviera hipo y de pronto hizo un giro extraño; menos de un segundo después se oyó cómo se paraba el motor. Entonces empezó a caer, el morro apuntando hacia abajo, cada vez más cerca del suelo… No estaba directamente sobre nosotros, pero cerca. A la gente le dio tiempo a reaccionar, a intentar irse, pero no a escapar. La tía Anne me cogió de la mano y empezó a tirar de los dos, yo a un lado de ella y Robert al otro, pero no habíamos dado más que unos pocos pasos cuando se produjo la explosión. Increíble lo enorme que fue, teniendo en cuenta lo pequeño que era el avión. Supongo que por la velocidad… y el combustible, claro.

Trozos de fuselaje y de tierra volaban sobre nosotros y luego algo me golpeó por la espalda. Creo que fue la onda de choque. Me lanzó hacia arriba. Me quedé sin aliento un momento, incapaz de moverme, tratando de asegurarme de que seguía con vida, sin creérmelo del todo. Luego me senté poco a poco, magullado pero ileso. Seguía sosteniendo la mano de la tía Anne… pero su brazo terminaba a la altura del codo.

Claro que me conmocionó. ¡Quedé horrorizado! Solté su mano y empecé a gritar. Perdí la noción del tiempo, pero debo de haber estado gritando hasta que me encontraron. A veces, sí, incluso ahora, me despierto por la mañana y aún siento sus dedos en la palma de la mano.

¿Sabe que han subido parte del metraje del accidente a YouTube? Cosa de un minuto o así, las mejores partes… No debería sorprenderme, la verdad. Al fin y al cabo era un espectáculo aéreo y mucha gente debió de llevar cámaras. No había móviles de aquella, claro. Vi una vez el clip. Había algo casi artístico en el modo en que los restos trazaban arcos en todas direcciones a partir de aquella flor de fuego. No sentí nada cuando lo vi, como si no tuviera nada que ver conmigo, como si nunca hubiera estado allí y solo me hubiera enterado de lo que pasó porque me lo hubiesen contado luego.

Fue justo tras Duxford, mientras me daba cuenta de que el olor me había llegado inmediatamente antes de dos catástrofes, aquella y la de Moorgate, cuando lo bauticé como Rosa del Segador.

Claro que nunca se lo he contado a nadie. ¿Para qué? ¿Quién me iba a creer? Además, nadie ha relacionado nunca antes todo lo ocurrido, ni me ha conectado a mí con los desastres, nadie se ha dado cuenta de que he sobrevivido a todos y me he ido luego sin un rasguño.

Alguna otra vez, sí. Ninguna tan espectacular como esas dos, al menos hasta ayer.

Claro que lo he intentado. Hasta he ido a clases de yoga una temporada a ver si me servía de algo. Me he sentado y despejado la cabeza y he hecho todo lo que he podido para conjurar el maldito olor, para recordarlo con exactitud, pero no puedo. Solo viene a mí justo antes de una muerte. Por eso me costó tanto describírselo antes. No lo recuerdo del todo, no hasta que vuelvo a olerlo. Una vez que lo huelo es inconfundible, claro.

Sí, tiene razón, no es solo la muerte, es algo más. Por ejemplo, cuando papá estaba en el hospital y se fue muriendo pacíficamente, poco a poco, no olí nada. Bueno, olí lo que se huele en los hospitales, desinfectante, antibiótico y esas cosas, pero no Rosa del Segador. Es la muerte violenta lo que atrae el olor. Muerte violenta e inminente.

Ajá, como la pasada noche.

Claro que no me lo esperaba. Nunca me lo espero. No habría ido de ser así.

No sé. ¿Una explosión de gas, terroristas? Usted sabrá, que es el inspector. No soy más que una víctima, no lo causé. Visitaba a mi madre que acababa de operarse, nada más. Por lo menos ella está bien, no tiene ni idea de cuánto me alegro.

Claro que me enteré de lo de la doctora con la que estaba hablando cuando ocurrió. La doctora Singh. Horrible. Parecía muy buena gente y explicaba las cosas de maravilla… Sé que a mamá le caía muy bien. Dicen que estoy vivo gracias a ella, que su cuerpo absorbió el impacto de la explosión y me escudó. No vi gran cosa, solo un destello brillante que venía de detrás de la doctora Singh y luego un crujido ensordecedor y una ola de calor que me golpeaba… Al parecer me desmayé unos minutos. Nunca me había pasado. Cuando me desperté estaba tirado entre los restos; había un cuerpo cerca, un brazo que salía de entre los escombros. Quizá era la doctora Singh, no sabría decirle. No quise mirar. No había más que polvo y devastación por todas partes, igual que en Moorgate o en Duxford.

¿Cómo? Claro que no. ¿Qué podía haber dicho? ¿«Doctora Singh, corra como si le fuera la vida en ello si empiezo a oler rosas»? No me llega precisamente con mucha antelación, así que no sé cómo habría podido avisar al hospital de que lo evacuaran o algo así. Eso suponiendo que alguien me hubiera hecho caso, que sé bien que no.

Unos segundos, no más. Ni un minuto. Me viene un fuerte ramalazo de Rosa del Segador y entonces me doy cuenta de que aquellos que me rodean en ese preciso instante están a punto de morir. Ni siquiera sé qué va a matarlos, solo que va a ser horrible… y violento. ¿Cómo voy a convencer a nadie de algo como eso en unos segundos? Dígamelo, de verdad, dígamelo, me gustaría saberlo. ¿Qué puedo decirle a nadie para que no crea que estoy loco y de verdad comprenda que le quedan segundos de vida?

Que sí, de verdad que huele a rosas, pero es más potente, quizá con un toque de lavanda. Pero no, es otra cosa. Imagine el ramalazo más poderoso del aroma más excitante que haya olido jamás, destilado y concentrado en su pura esencia. Un frenesí de feromonas, el olor más sensual del mundo, mareante e intoxicante. Entra en la nariz y se expande hasta inflamar todas las células, las llena de anticipación, de emoción, de… Extraño, sí, pero me siento más alerta, más vivo cada vez que lo huelo. Es el olor que todo perfumista ha intentado perfeccionar durante siglos sin alcanzarlo ni de lejos. A veces me pregunto si Coco Chanel podía oler el Rosa del Segador también, si sería eso lo que la inspiraba y la llevaba a crear,

¿Cómo? Sí, supongo que esta descripción es mucho más acertada que la que le di cuando empezamos a hablar, pero no es sorprendente, ¿verdad? En ese momento no podía olerlo.

© 2016, Ian Whates
© 2017, Rodolfo Martínez, por la traducción